No pienses que me fui solo porque no me ves. Me quede resguardada de la distancia en una cueva en la que no cabe el olvido. A veces, no siempre, me asomo al destino por si decide responder, pero solo obtengo silencio y yo entiendo "camina".
Tengo un "para siempre" hecho cascotes a los pies de mi cama y un espejo roto con tu imagen grabada.
Sueño porque no sé vivir,
y me hiero
porque no sé olvidarte.
Mi sangre solo sabe pronunciar tu nombre y mis manos frías recuerdan tiempos mejores. Me siguen asustando los puntos y seguidos y me aterran las esquinas tras las que no espera nadie.
No pienses que no estoy, solo porque no me ves.
Me quedé transitando tus medias verdades y haciendo girar universos sobre mi cabeza creyendo que podría sobrevivir a esta utopía infinita que cada dos por tres juega a hacerse realidad.
Ya sé que hay una ciudad imposible de vivir sin ti porque ella es tú y pasearla es morir sin remedio en una acera cualquiera a la que le han salido dientes. Valía la pena ver amanecer contigo aun sabiendo que te quedarías la luz del día y que hasta los girasoles, en un acto de rebeldía, darían la espalda al sol solo para mirarte un rato más. Ya sé que el calor de un volcán gritando su lava es un fuego a medias comparado a tu risa, tus penas y tus ruidos, tus condenas, tus musas desnudas robándome las ideas, tus latidos dejándome sin aliento y tus labios quemándome la piel sin excusas. Ya sé de tus ruinas hechas metralla arañándome la vida.
Crees que me fui, sin saber que me mantengo en vela con la única intención de excusarte una vida entera, que lo más bonito de todo esto que es que te sigo construyendo un palacio dentro de mi pecho por si algún día decides volver y que me da igual que la tierra me trague, al fin y al cabo, tú eres el único corazón de este mundo y aun bajando a los infiernos valdría la pena vivirte latiendo en primavera.
No creas que me fui solo porque no me ves aunque de fondo se empiecen a escuchar sirenas.
©Sonia Jiménez Tirado