Septiembre viene con los ojos a medio abrir
arrastrando los últimos sudores y
deshojando un agosto estruendoso
que murió por no callar,
como Juana de Arco o
¿quien sabe?
Si solo ha sido el tiempo el que,
como carcoma,
lo ha ido devorando desde adentro
antes de que abriera la boca.
Viene septiembre,
apuntando a un otoño sombrío
de largas y silenciosas rutinas,
de suntuosa tranquilad
y de paisajes naranjas,
de esos de antología
que se entretienen en versionar recuerdos.
Gigante,
valiente
o cobarde,
guarda las apariencias,
receloso a las miradas,
como el búho camuflado
en la corteza de un árbol
que lo delata al mínimo parpadeo.
Septiembre de mirada felina,
la tuya,
de sonrisas tras de la esquina
de un jardín cualquiera,
de kilómetros de esperas,
de encuentros fugaces
que surcan un único cielo,
el mío.
De síes vestidos de no
que gritan esperanzas
mientras septiembre se gasta.
Éxodo que relato
mientras te miro a lo lejos
dejándote ir en tu continuo venir.
Es septiembre un visionario
que cree en la vida eterna
cuando recién comienza a morir.
Septiembre que ríe y llora
en un ciclo de locura y cordura
que me arrolla
y me perturba,
más,
si cabe.
Que sea a septiembre
al que le extirpen los días
en los que supe irme a tiempo,
o los días,
en que como un volatinero,
me lanzas al aire
para rescatarme a un milímetro del suelo.
Meridiano de vida...
sin norte y sin manos,
soy como un septiembre...
que vive en un año de tu vida
al que todavía no has puesto nombre.
Septiembre...
Yo no soy septiembre.
sJt
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